En el punto álgido de la Revolución Francesa, durante el Reinado del Terror, los miembros de la Convención y el "incorruptible Robespierre", buscaron inspirarse en la Antigua Roma. Para ellos, la República Romana, con su idealizada austeridad, sencillez y estoicismo fueron el modelo a seguir. Sin embargo, con la llegada al poder de Napoléon fue la pompa del Imperio Romano la que tomó el relevo.
El estilo Imperio rechazó las formas primitivas y puras que habían caracterizado el neoclasicismo del siglo XVIII, y en especial del estilo Luis XVI, para abrazar las formas reiterativas, la extravagancia y la contundencia. También Napoléon, como en su momento los líderes revolucionarios, veía un poder propagandístico en el arte. La omnipresencia y repetición de los mismos símbolos (abejas imperiales, el águila) en el estilo Imperio recordaba a la profusión decorativa del reinado de Luis XIV en el Louvre y Versalles.
Para el nuevo emperador de Francia, y de parte de Europa, el arte ya no tenía un valor educativo, sino que servía para expresar la gloria del Imperio, además, el arte ya no estaba liderado por intelectuales, sino por servidores y funcionarios del régimen. Por lo tanto el estilo Imperio no se desarrolló únicamente en la corte imperial de París, sino que se expandió con fuerza por las capitales de los estados satélites. Rápidamente, los palacios de Nápoles, Milán, Florencia, Kassel o Ámsterdam recibieron un suntuoso mobiliario que rivalizaba con el de las Tullerías.
En resumen, podemos afirmar que bajo el estilo Imperio la influencia de la Antigüedad se borra de contenido al mismo tiempo que se acentúa el valor de lo formal y teatral, su decorativismo anuncia ya, los revivals del siglo XIX.